Nunca esperes que pase algo, nunca entres predispuesto a ningún lugar

viernes, 16 de noviembre de 2012

El desastre de siempre.

Tomados de la mano todas las tardes luego de un buen café era su actividad preferida, las calles de Bogotá siempre tenían algo nuevo que contarles, una nueva historia, una nueva sonrisa no planeada, una nueva flor en su oreja. Siempre eran habían historias nuevas pero había algo que siempre estaba, ese vértigo al estar ella a su lado y el a su lado.

¡Que placer es encontrarte en lo más simple! coinciden de vez en cuando, cuando encuentran sus iniciales en algún letrero, cuando algún automóvil suena alguna canción que a ambos les gusta, cuando se completan el pensamiento, cuando la toma por las caderas y baila con ella mientras cambia el semáforo. La inocencia y la felicidad en su momento los hacen perfectos, los hacen sencillos, los hacen dos personas que al verse encuentran más respuestas que preguntas. 

Y aunque la vida les ha traído desdichas, aunque los ha hecho a veces incomprensibles, los ha hecho fuertes, los ha hecho conscientes, los ha hecho inteligentes, pero ¡vaya si es ingrato el amor! dicen con amargura a veces cuando encuentran lo vulnerables que se han hecho al mismo tiempo, a veces inconscientes, a veces idiotas. Lo que han concluido es que lo que sienten entre ellos los ha hecho siempre lo que han querido ser en ese momento. Las noches de tragos, las noches de sexo, las noches de cine, las noches de lágrimas de frustración, las noches de gritos y platos atravesando el apartamento: Las noches siempre se han prestado para todo lo que la vida te permite experimentar. 

Las mañanas frías, las mañanas solas, las mañanas del calor de sus cuerpos, las mañanas de silencio, la mañana de un sol radiante, las mañanas de nubes, las mañanas siempre eran el ojo del huracán, o el día siguiente a la tormenta: Siempre eran el principio o el final de algo.Los días pasaron, y con ellos vinieron gripes, bodas, velorios, nacimientos, borracheras, empleos, deudas, despidos, retos, éxitos, besos antes de salir al trabajo, besos al llegar del trabajo, cenas con los padres, noches incómodas, noches de goteras y sin luz: Todo con ella a su lado, y el con el brazo cubriéndola.


Pero este domingo tiene un sabor distinto, como cuando terminas de leer un excelente libro, como cuando termina de sonar tu disco favorito, el que has puesto mil veces, como cuando se detiene todo y te encuentras sentado en la sala en silencio con una taza de café tratando de pensar en qué pudo pasar: La carta que le ha dejado tiene muchas palabras, muchísimas, pero ninguna le explica sus gavetas vacías, las fotos que se llevó del estante,  y su cepillo de dientes, las palabras no le dejan el resultado de este domingo enfermizo que te ha dejado de saldo tres años que se escapan de la misma manera en que se escapa esa lágrima de tu ojo.

El cabello corto, la misma barba, algunos kilos de menos, una maestría nueva, una chaqueta que compraste hace algunos meses, es lo que puedes resumir desde entonces. Los mismos vestidos, la cabello un poco más largo, un trabajo como editora,  unas botas nuevas, parecidas a las que le quitaste tantas veces los lunes en la mañana, los jueves luego de almorzar, o los sábados de frío en Bogotá.

Y así como quedan discos excelentes por escuchar, libros brillantes que leer, es el tiempo el que te permitirá elegir nuevamente una nueva historia, que no te hará encontrar la felicidad, sino que te hará vivirla  de a momentos, de a suspiros, de a sonrisas. Bogotá sigue siendo el mismo desastre de siempre, como mi vida al encontrarte, como mi vida la perderte. Hora de pasar la siguiente canción en el reproductor: 

No se va  no se olvida, no se va, no se olvida.

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